viernes, 29 de enero de 2016

Capítulo III y IV de Illanes

Capítulo III de Illanes.
La plenitud de la teología escolástica.

La teología de la primera generación.

I. La recepción de Aristóteles en la universidad de parís.

            Las traducciones de Boecio (f 524) pusieron a disposición de la cristiandad occidental buena parte del Organon aristotélico. Este corpus pasó a denominarse lógica vetus cuando a mediados del siglo xn comenzaron a conocerse otros escritos aristotélicos que constituyeron la lógica nova.
            Los primeros cuatro libros de la Metafísica y los tres primeros libros de la Ética a Nicómaco. Con estas obras aristotélicas fueron conocidas además las grandes paráfrasis de Avicena, el Líber de causis extracto de las Instituciones teológicas de Proclo y la Fons vitae de Avicebrón.
            El interdicto de Aristóteles en la Facultad de Artes continuó vigente todavía muchos años, por la firme actitud anti-aristotélica de Guillermo de Alvernia.
            El recelo de la autoridad eclesiástica frente al pensamiento aristotélico estaba justificado.
El IV Concilio Lateranense (1215). Este concilio ecuménico abordó decididamente, en su decreto Firmiter, el tema de la herejía albigense, tan extendida por el midi francés, y que había dado pie a terribles guerras, en que se habían enfrentado los condes de Toulouse, los monarcas aragoneses y los reyes de Francia.

Los maestros seculares de París.

            La Facultad de Teología, en la que destacaron tres maestros seculares8. El primero de ellos, Guillermo de Auxerre (1144/49-1231), fue autor de una célebre Summa áurea 9, escrita entre 1216 (porque supone los decretos del IV Concilio de Letrán) y 1229. Alejandro de Hales (ca. 1185-1245), que era secular en la época que estamos viendo, y que ingresó posteriormente en la Orden de los frailes menores (hacia 1236).
Finalmente, el tercer gran maestro del período es Felipe el Canciller (ca.l 170-1236). En 1218 fue nombrado canciller de la Universidad de París, cargo que ocupó hasta su muerte.

Los inicios de la teología franciscana.

            Roberto Grosseteste (ca.l 170-1253). Enseñó en Oxford desde 1214 a 1229 y fue el primer responsable de los estudios en la naciente Universidad de la que fue probablemente su primer canciller y el gran educador de los franciscanos oxonienses.
            En 1236, Alejandro de Hales entraba en la Orden franciscana, conservando su cátedra en la Universidad de París y nombraba como ayudante al también franciscano Juan de la Rupella o de la Rochelle. La Summa halensis l6 recoge los principales logros de los escolásticos anteriores.
            San Alberto Magno. Fue uno de los personajes más interesantes del siglo XIII, y representó un papel relevante en el mundo universitario de la época.

Los grandes maestros de la segunda generación.

            Como consecuencia de la huelga, los dominicos, que habían llegado a París en 1217, alcanzaron dos cátedras de teología. Rolando de Cremona (f 1259) fue creado catedrático para los franceses en 1229 y por un solo curso, siendo sucedido por Hugo de San Caro. Rolando había sido sententiarius con el maestro secular Juan de San Gil durante el curso 1228/29.
            El detonante de la controversia —una justificación más que una causa real— fue la publicación en 1254 por el franciscano Gerardo de Borgo de San Donnino, a espaldas de sus superiores, de un opúsculo titulado: Líber introductorius in Evangelium aeternum.
            San Buenaventura. Fue un teólogo de extraordinario relieve 25, un maestro típicamente universitario, como lo prueban sus comentarios a las Sentencias. Fue también un gran místico, autor de notables tratados ascéticos, no solo el Itinerarium mentís in Deum, sino también las obras que escribió sobre la figura entrañable de San Francisco. Finalmente, fue un extraordinario hombre de gobierno, hasta el punto de que se le considera el segundo fundador de la Orden franciscana. Desde la perspectiva filosófica 30, que se halla en la base de su síntesis teológica, San Buenaventura constituye un eslabón o testigo privilegiado de la tradición agustiniana.
            Santo tomas de Aquino. Aquino constituye el momento mayor de la teología académica parisina. Su larga etapa de formación (1239-1252) le familiarizó con la filosofía aristotélica (en la Universidad de Ñapóles y en el studium de Colonia). Santo Tomás planteó la existencia de Dios a partir de la creación, según el criterio de San Pablo en Rom 1,20. No consideró tal existencia como algo evidente, rechazando la validez del argumento anselmiano. Llevó a cabo tal demostración a posteriori según cinco vías. También es destacable la sistematización del tratado trinitario que Aquino llevó a cabo. Estudiada la esencia divina, la unidad y unicidad de Dios y los principales atributos entitativos y operativos de la Divinidad, estaba en condiciones de abordar el misterio central de nuestra fe, que es la Trinidad. La moral. La parte más extensa de la Summa Theologiae es la teología moral. Cristología y sacramentos. Es una importante novedad el lugar asignado a la cristología: en la tercera parte de la Summa, antes de los sacramentos, pero después de su teología moral.
            Las censuras de 1270 y 1277. El 10 de diciembre de 1270, Esteban Tempier, obispo de París, condenó trece proposiciones filosófico-teológicas 59. Tales proposiciones coinciden casi literalmente con los errores denunciados por San Buenaventura en sus dos seríes de sermones de 1267 y 1268. Ofrecen, por consiguiente, un buen esquema para comprender las controversias doctrinales parisinas de finales de la década de los sesenta. el 18 de marzo de 1277, Roberto Kilwardby, arzobispo de Canterbury, censuraba otra relación de treinta proposiciones, con el asentimiento de los maestros oxonienses.
            La tercera generación. El beato Juan Duns Escoto. El más brillante teólogo de
la última generación docentista, se forjó al hilo de las controversias originadas por la condena de 1277. Escoto considera que los filósofos y los teólogos no pueden entenderse fácilmente, pues fe y razón se encuentran en planos diversos.
            Teólogos contemporáneos de escoto. Uno de los pensadores más influeyentes de la tercera generación fue  Pedro Juan Olivi (ca. 1248-1298).  Merecen señalarse también, como teólogos representativos de la tercera generación parisina: Enrique de Gante (ca. 1240-1293)79, el agustino ermitaño Egidio Romano (ca. 1247-1316)80, Godofredo de Fontaines (f después de 1303)8I, el franciscano Roger Bacon (ca.1214-1294)82 y el dominico Teodorico de Freiberg (ca.1250ca.1310).


Capítulo IV de Illanes.
Los teólogos bajo medievales.

I. Los teólogos escolásticos del siglo XIV, Hasta el cisma de occidente.

            A finales del siglo xm se produjo una importante modificación de la vida europea. La octava y última cruzada había terminado con el fracaso y la muerte en Túnez de San Luis de Francia. El papa Celestino V (1294), de carácter muy débil, había renunciado a los pocos meses de ser elegido. El Imperio germánico se había debilitado mucho con la muerte de Federico II Hohenstaufen (y 1250) y poco después se extinguía esta dinastía alemana (1268), iniciándose así la presencia de los monarcas franceses en el sur de Italia y su intromisión en los asuntos pontificios. De este modo, los conflictos entre el papa y el emperador, que habían comenzado a mediados del siglo xn, fueron ahora sustituidos por los conflictos entre el papa y el rey de Francia. En efecto, en 1294 fue elegido el papa Celestino V, que dimitió, como ya se ha dicho, a los pocos meses. Le sucedió Bonifacio VIII (1294-1303), que tuvo que sufrir el acoso del rey francés Felipe IV el Hermoso. Este conflicto tuvo diversas causas, entre ellas, las in­ tromisiones reales en la vida del clero francés; las disposiciones del papa sobre el cobro de los diezmos; la prohibición, por parte del rey, de que saliesen masas monetarias de Francia con destino a Roma; y, sobre todo, la bula papal Unam sanctam (1302)', que consagraba la superioridad del poder espiritual sobre el poder temporal, en una época en que estas doctrinas ya eran ampliamente discutidas por los teólogos y por los juristas. La crisis del papado estallaría con Clemente V (1305-1314), convocante del Concilio ecuménico de Vienne (1311-1312), francés, que trasladó el papado a Aviñón, donde estuvo hasta 1378. Después vendría el Cisma de Occidente. En este campo destacaron, entre otros, cuatro pensadores: Dante Alighieri (1265-1321), con su De Monarchia, el averroísta Juan de Jadún (1285/89-1328), Marsilio de Padua (1275/80-1342/3), con su Defensor pacis, y Guillermo de Ockham (ca. 1285-1347).
            Los místicos renano-flamencos. Mientras la teología perdía cierto frescor especulativo y se refugiaba cada vez más en cuestiones académicas de poco relieve pastoral, se producía en la región renana y en Flandes una importante reacción mística. Fue un movimiento generalizado de gran vigor. Entre todos sobresale, en primer lugar, el dominico Meister Eckhart (ca.1260-1327). En Alemania destacaron también los dominicos Juan Taulero (t 1361) y el beato Enrique Susón (f 1365), ambos relacionados con el grupo de los «amigos de Dios», una asociación renana de eclesiásticos y laicos deseosos de propagar la mística especulativa y de practicarla ellos mismos. Por los mismo años, en Flandes sobresalieron los místicos de Groenendael, cerca de Bruselas, especialmente el sacerdote Juan de Ruysbroeck (t 1381)22, conocido como «el Admirable», que fundó una comunidad austera y penitente, bajo la regla de San Agustín.
            La vida eclesiástica desde el cisma de occidente a la caída de Constantinopla. En 1378 fue elegido el papa Urbano VI, quien, por su mal carácter, se indispuso con sus cardenales. Estos eligieron a Clemente VII, que marchó a Aviñón, mientras Urbano VI se quedaba en Roma. La división o cisma se consumó cuando ambos papas se excomulgaron mutuamente.
            La «devotio moderna» y los primeros movimientos de reforma. Ludolfo de Sajonia (f 1378), apodado «el Cartujano», uno de sus primeros y más característicos representantes, ofrecía, en su obra Vi­ ta Christi, también titulada Meditationes Christi, una piedad más profunda y de mayor exigencia. Pero, el verdadero creador y sistematizador de la «devotio moderna» fue Gerardo Groóte (1340-1384). Tomás de Kempis (f 1471). Finalmente, conviene recordar a Juan Gerson (1363-1429)30, canciller de la Universidad de París, uno de los autores más influyentes de los siglos xv y xvi, gran defensor de la «devotio moderna» frente a sus detractores.
            Juan de Segovia (1395-1458). se ocupó ampliamente de cuestiones eclesiológicas, bajo la perspectiva conciliarista. «La Iglesia es decía una sociedad espontánea y universal de criaturas racionales, fundada por Dios inmediatamente, para vivir eterna y felizmente bajo la Cabeza de la Iglesia, que es su Hijo, heredero de todas las cosas».
            Alfonso de Madrigal. Otro pensador conciliarista, aunque mucho más moderado que Segovia, fue Alfonso de Madrigal (1410-1455). Su amplitud de conocimientos se refleja en su obra, donde acoge las más diversas tendencias filosófico-teológicas. El aristotelismo dejó huella en su pensamiento, como también Santo Tomás, al que comentó y copió frecuentemente; el escotismo y nominalismo también le influyeron.
            Juan de Torquemada. El eclesiólogo Juan de Torquemada (1388-1468) escribió una importante Summa de Ecclesia, que tuvo gran repercusión, al ser difundida por la prensa en un tempranero incunable. Esta obra, de la que no ha habido una posterior edición, está dividida en cuatro libros: la Iglesia en su misterio o en su naturaleza; el primado romano; los concilios; cisma y herejía.
            Nicolás de Cusa. Contemporáneo de los tres teólogos castellanos recién reseñados fue Nicolás de Cusa (1401-1464). Se le conoce sobre todo por sus tratados filosóficos, donde desarrolló sus dos conocidas tesis acerca de la coincidencia de los opuestos y de la docta ignorancia. Pero no debe olvidarse que sus trabajos filosóficos tuvieron una motivación teológica.
            Evolución de la teología bizantina desde el siglo XI a mediados del siglo XV. Hasta el siglo XI la Iglesia católica había respirado tranquilamente a dos pulmones, el Oriente y el Occidente, salvo algunas polémicas, como las que tuvieron lugar en el siglo VIII y IX, de las cuales ya se ha dado noticia en el capítulo primero de esta obra. Los dos momentos más importantes del diálogo pueden situarse en torno al Concilio II de Lyon, celebrado en 1274, y en los años del Concilio de Florencia (1438-1439). En estos cuatrocientos años de separación, hasta la caída de Constantinopla (1453), se suelen distinguir dos grandes períodos de la teología bizantina: desde Cerulario hasta la fundación del Imperio latino de Constantinopla (1054-1220), muy centrada en la cuestión del Filioque y en la procesión bivalente del Espíritu Santo, en polémica con la teología latina; y desde la fundación del Imperio latino hasta la caída de Bizancio en manos de los turcos otomanos (1220-1453), con importantes desarrollos en la teología espiritual y en gratología. Mientras tanto, en Occidente, la teología latina iniciaba su larga singladura de la escolástica. Una figura capital para comprender la evolución de la teología espiritual bizantina fue Simeón Teólogo, el joven (949-1022).


Francisco D. Pérez P.

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